Hay una llamada de socorro internacional que todo el mundo conoce y puede identificarse con mucha facilidad. Usted la conoce; con suerte nunca tendrá que usarla. Es corta, solo tres letras: S.O.S. Imagínese un barco que se hunde y cuyo capitán solo envía un S.O.S. O a un náufrago en una isla, que solo escribe esas letras en la playa el primer día. O el telegrafista que golpea esas letras una sola vez. Ridículo, dirá usted. Y es correcto, el S.O.S. debe continuar hasta que llegue la ayuda. El S.O.S. eficaz continúa hasta que la emergencia haya sido atendida adecuadamente.
Como líderes, muchas veces somos reacios a pedir ayuda. Rehusamos hacerlo debido a nuestro orgullo, nuestra posición o nuestro temor. Creemos que no podemos mostrar debilidad ante nuestro equipo, que tenemos que ser líderes fuertes, que tenemos todas las respuestas, todas las habilidades. Presionamos nuestro S.O.S. una vez y nunca más. Y con eso, como el capitán de barco que solo envía un S.O.S., vemos nuestros sueños y visiones hundirse hasta el fondo del mar, perdidos.
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